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ÓSCAR COELLO: EL TIEMPO PRESENTE EN LA PALABRA*

Por Manuel Pantigoso Pecero
Miembro de Número de la Academia Peruana de la Lengua

Los mecanismos externo e interno de Cielo de este mundo, de Óscar Coello (Piura, 1947), se constituyen en verdaderas categorías cualitativas y de relación en la medida que dan sentido y sostienen a la intensa y trascendente expresividad de un poemario que ratifica, con creces, las condiciones demostradas por su autor, ya desde su primer libro: De dudas, ostras y timbres (1979).

Teniendo un carácter distintivo, en cuanto función específica, cada una de esas categorías componen, al mismo tiempo, una red significativa en la cual es posible percibir la lucidez del mundo representado, que es la estructura de vida o propuesta del autor. Veamos cómo actúan estos dispositivos.

El "esquema externo" en el que se apoya el libro tiene que ver, en primer lugar, con la división general del espacio textual: "Abjuración de tu memoria", "Cierta tarde cualquier tarde", "Cielo de este mundo" y "Oscuras manos de humo". Las dos primeras partes atienden al instante de la ruptura afectiva y a la lucha por desatar los recuerdos que atan al poeta a la persona amada; las dos últimas partes aluden, por un lado, a la sustitución del enclaustramiento por la reapertura al mundo exterior, y, por otro lado, a la instalación dentro de ese mundo al que, no obstante, se le recibe con desasosiego y desencanto. Si quisiéramos visualizar el esquema, tendríamos: "Memoria" (1.ª parte) versus "Olvido" (2.ª parte); y "Presencia" (3.ª parte) versus "ausencia" (4.ª parte). Este enfrentamiento estaría denotando un rasgo psicológico y afectivo determinado por lo que podríamos llamar "avance retroactivo", en la medida en que se parte de la "ausencia" para llegar a ella misma, aunque esta sea de otra índole.
Podemos observar, entonces, que las cuatro partes del texto se rigen por el contrario inmediato, y, simultáneamente, por el nivel de pares conceptuales enfrentados: interioridad y exterioridad. Pero la proyección no se agota ahí. Aparece también entre el sujeto literario, que habla en primera persona (yo), y el referente literario (el : la amada que se rechaza y el mundo que se desea o se rescata). Igualmente, el contraste aparece dentro de la relación poeta-mar, aunque en este caso no se manifiesta como rechazo sino como "acojo" (el poeta "atado" sentimentalmente a la playa limeña de Santa Rosa —oasis surtido de nostalgias—, que actúa al mismo tiempo como tema recurrente de todo el trabajo). Pero hay aún otra dualidad: la que enfrenta al poeta con sus propios sentimientos, canalizados a través de una asordinada melancolía que, como pátina tonal, saben cubrir perspicacias y zaherimientos.

El esquema cualitativo, que actúa como "substancia" de Cielo de este mundo, es el "interno". En el proceso de connotaciones semánticas, el poemario se inicia con el vivo deseo de anular la memoria, de destruirla. La actitud imprecatoria, que tiene el recuerdo de la amada, es la catapulta que impulsa el desarrollo de la obra, cuyo basamento es la estructura ya analizada anteriormente. Esa abjuración o exorcismo del amor implica dos cosas: desde el punto de vista psicológico define mejor la condición del estado emocional, es decir, releva más aún las aristas del amor; pero también, con un criterio de oposición dialéctica, significa el deseo de "construir" algo nuevo a partir de lo destruido. En los dos casos, el amor como origen y esencia de las cosas se plasma en la palabra como "hacedora", con todo su valor de principio activo. En consecuencia, el amor que se impreca no se destruye realmente sino que se desplaza para reencarnarse y, al hacerlo, afirmarse más aún. Por otro lado, lo mismo sucede con la palabra que se quiere destruir que corresponde a la escritura "bella", "al verso más lindo", según expresión del autor—. La palabra, como esencia, no se anula, sino que ella es capaz de construir un nuevo lenguaje, desde un ángulo distinto, desde la perspectiva de una estética diferente.
Pero dentro del desarrollo conceptual, el amor; y la palabra no son terminales, sino que desembocan en una posición frente al mundo caracterizado, también, como una realidad existente y, de alguna manera, irremediable, pasible —eso sí— de ser modificado. Podemos y debemos desear otro mundo, otra tierra con su cielo, rechazando este que nos ha tocado vivir, pero siempre estaremos atados a él: el cielo que pretendemos será, así, sólo el "cielo de este mundo", y por él hay que luchar, cambiándolo o modificándolo, pero no destruyéndolo, porque de la finitud o acabamiento no vendrá la vida renacida. No se trata, entonces, del exterminio sino de la transformación, que no olvida las raíces. De ahí que el poeta retrotrae, por reminiscencia, lo ya vivido: «Creo haberte visto/en el fondo de las fuentes que suspiran».

La postura dialéctica del discurrir existencial, como pasado, presente y futuro, tiene su correlato en la tríade amor - palabra - mundo, no como un círculo sino como un vector que se desplaza horizontalmente: «En contra del pasado se yergue/la línea/que triza los planisferios». Se trata, en todo caso, del "avance retroactivo" al que nos hemos referido anteriormente: «zarparé/hacia los días/en que gorjea/la maravilla»; avance que no llega nunca al mismo espacio aunque en el camino vaya recogiendo las propias ruinas: «NAVEGANTE EN NUEVO MUNDO,/incendiaré mis barcos». Es la asimilación de la subyacente fuerza de los contrarios.

La palabra o presente retoma así, el amor o pasado para elaborar un nuevo "proyecto": el mundo nuevo o futuro, transformado: «porque de amor se componen mis palabras». En última instancia —se colige de la voz del poeta— la palabra (o presente permanente) no se destruye, ella está en nosotros, "es" nosotros mismos, constituye nuestra posibilidad de ser siempre "presente", a diferencia de aquel amor prendido al pasado. Sin embargo, la palabra puede lograr que el amor (el pasado) sea una presencia arraigada. Igual puede suceder con el futuro (el mundo que se construye). El futuro puede hacerse presente porque la palabra no se ha de instalar como una lejana utopía sino como una realidad auténtica y actual, vivida para todos: «Sales entre los mortales / (...) / a nombras las cosas con el idioma de todos». Es entonces cuando —lo dice el autor— «Pondría la diáspora de tu alegría / a los años, a los meses, a los días / en que todo le va bien a los humildes / o a los que solo esperan volver a vivir / en sueño propio como antes del cautiverio».
Se trata, en síntesis, de la palabra capaz de quebrantar al amor pero también de reconstruirlo para echarlo a volar, liberado, a fin de que continúe "escribiendo" un mundo en permanente evolución; un mundo que no ha de partir del cero desafecto, aunque algunas veces así lo parezca: «nada es igual, / y sin embargo, / la brisa aletea enamorada / sobre las líneas / de / mi / lapi / cero». Un mundo que, según Óscar Coello, se ha de vivir con toda la presencia de un "ahora", comprometido con el amor que siempre se escribe y que nunca acaba, tal como el ave eterna de la leyenda o el mito: «adolescente / dormida / debajo de la luz y la marea / deja ver los islotes / perfectos de sus senos». Es el amor que renace desenredado e infinito, cubriendo, palabra a palabra, toda la página blanca del (uni) verso.

Tal como se ha demostrado a través del análisis, la correspondencia simbiótica entre el mecanismo externo y el interno es evidente: uno completa al otro y están recíprocamente imantados. La cuarta parte del poemario ("Oscuras manos de humo"), que por su desencanto pareciera no corresponderse con el engranaje intrínseco, tiene, sin embargo, un nivel de trascendencia que promueve la idea esperanzada de la continuidad y de la búsqueda, aunque dicha esperanza esté cubierta por un cielo desde el cual garúa la melancolía, cuando la palabrano ha sido capaz de anidar al amor y este ha huido como pasajero libre del tiempo: «Es mi culpa también / si a tus manos que tejen en el tiempo / la ternura / no las guarda el vuelo azul / de una pluma, / ala transparente / de gaviota en Santa Rosa».

Lima, agosto de 1980

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* COELLO, Óscar: Cielo de este mundo. Lima: Ediciones Mabú, 1980, pp. 10-13.





ÓSCAR COELLO

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